Las criptomonedas reconfiguran la idea de dinero. Quizás por ello resulta tan complejo explicarle a las personas ajenas al ecosistema qué son exactamente. ¿Son dinero? Sí. ¿Son acciones? También. ¿Son una propiedad? Lo son. La personalidad múltiple de las criptomonedas hace difícil asirlas y determinarlas en las fronteras de los conceptos económicos y financieros tradicionales. En este sentido, podría decirse que las criptomonedas evidencian un cambio en los paradigmas monetarios de los últimos tiempos.
Dinero es una palabra muy antigua. Proviene del latín denarius, una moneda romana de plata que empezó a acuñarse en el siglo III a.c., y que sustituyó al patrón cobre por el patrón plata como referencia monetaria en Roma. Con todo, las herramientas utilizadas como instrumento de cambio y símbolo de valor han tenido diversas formas a través de la historia del hombre y se remonta a días aún anteriores.
Resuena en la memoria la palabra salario, pago con sal realizado al ejército romano para salar sus carnes durante sus largas travesías, el cual valía su peso en oro. En tierras americanas, existen registros de pagos con hachas de cobre entre los aztecas, una suerte de herramienta-dinero. En los días de Homero, eran usados animales como medio de pago por ciertos bienes. Por la Ilíada sabemos que la armadura de Diómedes costó nueves bueyes, y la de Glauco, más resistente al acero, cien. Pero también por el cantor de la Odisea nos enteramos que, en los juegos fúnebres realizados en honor a Patroclo, Antíloco recibe medio talento de oro por llegar de tercero en una carrera, luego de Ajax -quien recibe un buey-, y de Ulises, quien gana una crátera de plata (una suerte de vasija).
Se ve que muchos medios de cambio convivieron en la Grecia del siglo XIII a.c, si bien ya existían monedas metálicas, como el mencionado talento, presuntamente heredado de Babilonia, y el shekel, utilizado por el patriarca Abraham para pagar la tumba de su esposa Sara en el segundo milenio antes de la era común.
Esta variedad de formas de pago fueron tendiendo cada vez más hacia una estandarización. Así, los metales preciosos comenzaron a ganar terreno entre las representaciones de valor por encontrarse de forma pura en la naturaleza, por ser imperecederos, y por la posibilidad de acuñarlos para certificar su procedencia. Con todo, el traslado de tales cantidades de metal de una región a otra (los 10.000 talentos que Cartago pagó a Roma al final de la segunda guerra púnica equivalían a 270 toneladas de plata), era algo sumamente engorroso.
No es sino hasta el siglo XVII que hay constancia de papel moneda en Europa, si bien el llamado “dinero volante” funcionaba en China desde el siglo IX. El cambista sueco Johan Palmstruch comenzó a entregarlo como recibo para quien depositaba oro en su banco, el Banco de Estocolmo. Esta práctica se fue popularizando en Europa por la comodidad que ofrecía frente a las bolsas de monedas metálicas. Para mediados del siglo XVIII, el filósofo David Hume propondría el primer modelo de patrón oro, patrón que imperaría durante el siglo XIX como respaldo del sistema financiero internacional.
Llegado a este punto, hay una cuestión sumamente importante de aclarar pues en ella radica uno de los equívocos que más suelen esgrimirse para atacar la legitimidad de las criptomonedas. El patrón oro se abandonó a principios del siglo XX. Los gobiernos beligerantes en la Primera Guerra Mundial necesitaban imprimir más dinero del que podían respaldar en metálico a fin de financiar la guerra. Durante los Acuerdos de Bretton Woods se decidió adoptar el dólar estadounidense como divisa internacional, bajo la condición de que la Reserva Federal sostuviera el patrón oro. Pero a partir de 1971, el patrón quiebra definitivamente, por lo que el valor del dólar pasa a sostenerse exclusivamente en la confianza que le dan sus poseedores. Esto es lo que se conoce como dinero fiduciario. Fiduciario, del latín fides: fe.
Nuestro actual sistema monetario se basa en la con-fianza: la fé compartida por una población respecto al valor del dinero que utilizamos. Bitcoin y el resto de las criptomonedas son el perfecto ejemplo de este nuevo paradigma monetario basado en la confianza convencional del valor de cierto ‘objeto’, que, como vimos con el recuento histórico realizado, quizás no sea tan nuevo. El precio de las criptomonedas fluctúa de acuerdo a las leyes de la oferta y la demanda y según el valor que sus usuarios estiman que tiene determinado proyecto.
Pero, más que un valor fundado en la mera especulación, el valor de las criptomonedas está ‘respaldado’ por la tecnología que le sirve de soporte, blockchain, y por las diversas aplicaciones que los distintos proyectos han logrado desarrollar a partir de esta tecnología. En este sentido, las criptomonedas tienen tanto un valor de cambio, como un valor de uso. Una suerte de dinero-herramienta, como en el antedicho caso de los aztecas. De ahí la pertinencia y justicia de la palabra criptoactivo. Al intercambiar criptoactivos, no solo transfieres un valor monetario, sino que transfieres las múltiples posibilidades de acción que estas herramientas ofrecen. Así, la palabra acción, de extendido uso en el mundo financiero, recobra su sentido más propio: no se trata de una porción del valor de la compañía o plataforma; se trata de una herramienta para accionarla.
Así, vemos por ejemplo que si no disponemos de siacoins, no podemos aprovechar los beneficios de almacenamiento distribuido que ofrece Sia; si no poseemos ethers, no podemos accionar los contratos inteligentes de Ethereum; si no tenemos Denarius -criptodivisa nominada en honor a la moneda romana- no podemos aprovechar sus mensajes encriptados; y así con la gran mayoría de los proyectos que desarrollan soluciones de blockchain más allá de lo monetario. Es en este sentido que la criptomoneda se vuelve acción.
En esta nueva multiplicidad de instrumentos monetarios y activos financieros, Bitcoin pareciera estar cumpliendo cada vez más, en el mundo de las criptomonedas, el papel del oro en el sistema financiero tradicional, fungiendo de depósito de valor para los inversionistas -al ser una de las divisas más estables del mercado, si bien ha experimentado movimientos alcistas bruscos en el último año-, haciendo también las veces de respaldo simbólico para el resto de las criptodivisas, siendo el proyecto madre de todas ellas y el libro de historia de la blockchain; aquella moneda en cuya reputación radica la certeza de que la blockchain lo cambiará todo.
Por otra parte, al igual que sucedió cuando el dinero metálico se suplantó por el papel moneda para mayor comodidad, las criptomonedas evaporan el dinero en el ingrávido mundo digital para más fácil transporte. El valor monetario muta en unos y ceros transmitidos como electricidad a través de la red, hallando correspondencia con la tendencia de nuestro tiempo de digitalizar todo lo que pueda ser digitalizado. De esta manera, disponemos de nuestro dinero en cualquier lugar del mundo en que nos encontremos, o podemos transferirlo a cualquier latitud del globo, siempre y cuando haya Internet.
Pero quizás el mayor cambio de paradigma monetario que ha traído esta mutación criptográfica del dinero ha sido el haber puesto de relieve y recordado al mundo que el dinero no es algo que nos haya sido dado por la naturaleza. Las criptomonedas se mofan de la rigidez del sistema monetario tradicional y debilita sus columnas, llevando hasta sus últimas consecuencias la premisa del dinero como un artificio de la razón humana, reinventándolo y superándolo, y sin embargo conservando principios que le han sido esenciales desde sus orígenes. Todo esto para dar cuenta de que, si bien mientras haya mercado será necesario algún tipo de medio de cambio como representación, queda de los hombres decidir y modificar la forma en que este se configura y se presenta en el mundo. Los cambios profundos que la introducción de las criptomonedas realizaran en la cosmovisión humana aún están por verse.