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Las estafas apelan a los deseos y a necesidades humanas básicas.
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Las víctimas de estafa suelen mostrar una falta de control emocional.
El tema de las estafas suele llevarnos al análisis del binario víctima/victimario y como siempre a centrar las reflexiones y los juicios en torno a este último actor. La literatura es profusa en describir a los perpetradores, sus perfiles psicológicos y el origen de sus conductas. Existe una abundante biblioteca de piezas escritas y audiovisuales que nos desmenuzan en detalle los átomos que componen este cuerpo del mal.
Sin embargo, creo que es importante completar esta historia, en cuanto a que todo modelo relacional –incluidos los abusivos- son sistemas que para funcionar requieren que ciertas conductas o formas de responder se encuentren activas. Y en este sentido, creo que los estudios siguen en deuda respecto de los análisis de por qué una víctima se convierte en tal, aun en contextos donde las señales de peligro aletean ruidosamente en el entorno.
Teniendo el ecosistema de las criptomonedas un atractivo natural para la proliferación de Bernies Madoff tokenizados, es particularmente interesante revisar algunas de las conclusiones que resultaron del estudio que la ya desaparecida Oficina del Comercio Justo (Office of Fair Trading) encargó a la Escuela de Psicología de la Universidad de Exeter, en el año 2009. El Estudio consistió en la realización de entrevistas en profundidad con víctimas de estafas e incluyó también a personas cercanas que experimentaron de cerca el proceso por ser familiares o amigos de los estafados.
En dicho estudio apuntan no solo a las estrategias de estafa utilizadas sino a cómo estas conectan con ciertos rasgos de personalidad o bien estados emocionales que suelen compartir una buena parte de las víctimas de estafas. En ese sentido, estas suelen estar muy alejadas del estereotipo de una persona iletrada, ignorante o sin recursos. Se trata muchas veces de adultos con educación superior –algunos son exitosos profesionales- y es transversal a géneros, edad y clases sociales.
A continuación, resumimos algunas de las conclusiones más relevantes que nos parecen no solo de utilidad para detectar alertas de estafa sino también una herramienta para educarnos acerca de nuestras propias reacciones y de cómo la auto-conciencia y la responsabilidad personal, pueden actuar como factores que nos protejan de ser un blanco fácil.
Las estrategias de caza y cómo caer en la trampa
Cabe señalar primero, que toda estafa se funda en los denominados “desencadenantes viscerales”, puesto que apelan a los deseos y a las necesidades humanas básicas, siendo los más relevantes la codicia y el miedo. Hecha la conexión mediante la promesa de los enormes beneficios, las víctimas suelen desenchufar temporalmente sus procesos cognitivos racionales. La promesa del paraíso es la luz que opaca cualquier pensamiento “aguafiestas”.
Por otra parte, entre las estrategias más señaladas se encuentran la de crear la sensación de escasez, es decir, de convencer a la víctima que la oferta se trata de una “exclusiva”, una iniciativa para unas pocas personas, siendo la víctima una de las afortunadas de ser escogida. Como se trata además de un grupo selecto, debe actuar con rapidez, de otra manera podría perder el cupo dada la gran cantidad de interesados que están esperando para que se les elija también a ellos.
Se induce además a un compromiso conductual, pidiendo a las víctimas que cumplan con pequeñas tareas o etapas, asociadas a la entrega de pequeñas sumas de dinero o bien de reclutamiento de nuevas víctimas. Esto se vincula además a que el pago-premio al final del proceso es de tal magnitud (hacerse millonario a corto plazo y sin esfuerzos adicionales) que todas estas tareas y pagos parecen solo un gasto de energía menor. Porque además no se trata solo de un giro en el estado financiero, sino de un cambio a nivel físico, emocional, una vida nueva en menos de un mes y al alcance de su bolsillo.
¿Qué diferencia a una persona que cae en la trampa de una que no? Dice el estudio que las víctimas de estafa suelen mostrar una falta de control emocional lo que las hace menos capaces de regular y sobre todo de resistirse a esta oportunidad que quizás “¡no se vuelva a repetir!”, y que se da “¡solo una vez en la vida!” La respuesta emocional sin control nos vuelve, de acuerdo a los expertos, “indebidamente abiertos a la persuasión” o bien incapaces de observar con sentido crítico a quienes intentan persuadirnos.
Otra conducta muy interesante -y que puede constituir una alerta si la observamos en nosotros mismos- es que las víctimas de estafas suelen no hablar acerca del gran negocio que están a punto de cerrar, ni con amigos, ni con familiares. De esto se infiere que, de alguna manera, en un lugar de sus mentes (probablemente a esas alturas el silenciado neocórtex), saben que están actuando de una forma no prudente, temiendo que, al contarlo a otra persona a la que consideran racional, esta les confirme dicha intuición.
Una de las conclusiones que arroja un resultado contrario al esperado, es que se suele pensar que las víctimas de estafa no hacen un esfuerzo por investigar el contenido de la oferta. Una buena parte de ellas, sí estudian la oferta, pero el tamaño del premio sigue siendo el factor más relevante, aun cuando muchas de ellas declararon reconocer que algo andaba mal en todo el asunto. Y en este punto del camino, deciden probar de todos modos, por si acaso se trata de una oportunidad genuina. Nuevamente la respuesta emocional gobierna a la respuesta racional.
Ahora bien -y siempre es necesario aclararlo en estos casos- con esto no se persigue culpabilizar a las víctimas y muchos menos exculpar al nefasto mercado de las estafas. Pero es necesario poner en el debate que el primer factor protector sigue siendo la responsabilidad personal. El estudio también remarca que, pese a que existe un perfil de víctima que más bien se condice con personas reincidentes que caen una y otra vez como si fuera la primera, ninguno de nosotros está libre de caer en la trampa, sobre todo bajo ciertos contextos que les dan especial fuerza a las erráticas respuestas emocionales (crisis económicas, personales, psicológicas u otras).
El mercado de las estafas es de antigua data histórica, se encuentra activo y sigue gozando de buena salud. Y es altamente probable que a futuro siga prosperando. Es probable que siga infiltrándose en lugares inesperados para publicitarse, porque la publicidad -esa polémica financista- suele ser un modelo de estafas desde la Coca-Cola en adelante, aunque les duela a nuestros sensibles corazones.
Por eso lo que tenemos de momento al alcance de nuestras manos, es la auto-supervisión, la conciencia y la racionalidad que puede salvarnos del desborde de nuestros diques y de sus aguas a veces incorrectamente gestionadas. Tenemos a disposición un mar de información de personas relatando sus experiencias. Tenemos también un océano de señales que aparecen una y otra vez, como en un loop infinito, advirtiéndonos sobre estrategias mediocres que convocan a las “mentes millonarias”, proyectando en las redes lambos, trajes de marca y muñecas coronadas con áureos Rolex. Tenemos un listado de ofertas que parecen variopintas pero que constituyen siempre el mismo espejismo: la oportunidad única de conseguir una rentabilidad imposible, únicamente para escogidos y al alcance de un solo clic.
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