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Entender bitcoin es hacerse consciente de la ficción que se teje detrás del dinero.
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Bitcoin me enseñó que el dinero, en alguna medida, es un estado de hipnosis colectiva.
La primera vez que oí hablar de Bitcoin fue a través del documental Deep Web, que relata el derrotero de un sitio web de venta libre, donde se ofertaban drogas y otros productos. Los pagos se realizaban a través de bitcoin (BTC). Me generó especial curiosidad esa referencia a una moneda digital, así como siempre me parecieron interesantes los mercados libres en su sentido más puro.
En la fecha en que vi el documental, en Chile ya existían un par de proveedores donde se podía comprar BTC. Al entrar a las plataformas, leí la información de compra, sin estar familiarizada con el asunto. 1 BTC por esa época, valía algo como 1000 dólares, una suma definitivamente restrictiva para mi economía. Desconocía en ese tiempo, el hecho de que se podían comprar fracciones de bitcoin (satoshis), así que desistí de la idea de experimentar con esas raras monedas virtuales.
La segunda vez llegué con la mayoría del rebaño, es decir, con la célebre subida de precio que la criptomoneda experimentó por el 2017. Ahí me enteré de las compras por fracción, sin embargo, desistí de alguna adquisición, intuyendo que llegaba tarde a esa inesperada fiesta de la prosperidad. Pero el concepto siguió interesándome.
Ese mismo año, supe algo del mecanismo que hace funcionar las criptomonedas probando con versiones criollas, dos en particular: prosus y chaucha. Con ambas bajé programas de minado y los puse a funcionar más por intuición que por conocimiento técnico. Hice algunas ganancias y perdí otras tantas por borrar -no tan accidentalmente- el archivo de la wallet. Aprendí sobre la dificultad creciente de la minería cuando mis dos computadores “senior” dejaron de servirme para tales fines. Miné por última vez –y solo por darme el gusto– algunas fracciones de Ravencoin y otras de Monero.
No obstante, este nuevo paradigma me hizo adentrarme en el espeso bosque que me pareció siempre la economía. Ya no se trató solo de hacer funcionar estos mecanismos informáticos, generadores de dineros soberanos. Porque bitcoin trajo a mi vida la curiosidad, antes dormida, de comprender el funcionamiento y la historia del dinero.
Cuando formas parte de la mayoría que trabaja en pos de un salario, las disciplinas económicas solo te parecen un acertijo, con que las clases que generan riqueza, intentan distanciarte del asunto. El protagonismo, o siquiera un papel de reparto, te parece imposible, en esa relojería de piedras preciosas y muchos doctorados en Harvard.
Pero como ya había experimentado con Internet la “descentralización” de los saberes –que me dio dos oficios, adicionales a la formación profesional de rigor– no tardé en abrirme a nuevas ramas de formación, esta vez vinculadas a la economía y a la generación de riqueza. Porque para entender bitcoin hay que hacerse consciente de la ficción que se teje detrás del dinero. Hay que entender las reglas de la emisión y cómo estas tienen que estar -o debieran estar- indisolublemente vinculadas a la creación de bienes y de servicios. Y, por supuesto, a la escasez.
Aprendí del inexistente patrón oro, que hasta el día de hoy se cita, como si todavía no acusáramos recibo del 1971. Del paso del mercado a las denominadas monedas fíat (hágase el dinero como antes la luz), ese circulante creado vía decreto por un Estado con reminiscencias de emperador. Y en este contexto vi desfilar -y arruinarse- a dos países latinoamericanos, Argentina y Venezuela, por la sobre emisión de dinero arrogantemente fiduciario. Conocí gente que gracias a Bitcoin ha sorteado, en parte, la desvalorización de sus haberes y ha atravesado fronteras, con sus ahorros cautelados en billeteras invisibles, de la guardia fisgona del autoritarismo.
Y al ver en mi país, señales alarmantes de un destino similar, mi primer pensamiento fue el de juntar BTC.
Diría además que Bitcoin me enseñó que el dinero, en alguna medida, es un estado de hipnosis colectiva. O que nos relacionamos con él conforme a los entrenamientos y las creencias que recibimos acerca de su posesión y de su carencia. Que los gobiernos no hacen más de sortear esa hipnosis colectiva a su favor y nosotros -todavía no sé por qué- seguimos caminando con los ojos cerrados y los brazos sonámbulos, apuntando hacia donde nos indican.
Así que el impacto de Bitcoin se extiende, para mí, mucho más allá de si será oro o dinero digital; si un día servirá o no para pagar un café o será solo patrimonio de ballenas; más allá de si se quedará sin mineros o de si una repentina aparición de Satoshi, liberando todas sus monedas, dejará el valor por debajo de un centavo de dólar. Más allá de un Jihad maximalista o una revolución ecléctica, bitcoin ha sido ante todo un toque chamánico que nos ayuda a comprender que el mundo del dinero –y de la escasez- son más ilusión que realidad, más un acto de magia con trucos no tan sofisticados después de todo. Un tras bambalinas donde pueden entrar no solo los que tienen algo así como un “pase de nacimiento”. Pero para eso, hay que decidirse a abandonar la casa de la ignorancia y la habitación de los malos entrenamientos. Y dejar que bitcoin, el dinero “mágico” nos invite a frotar la lámpara de sus secretos informáticos.
Descargo de responsabilidad: los puntos de vista y opiniones expresadas en este artículo pertenecen a su autor y no necesariamente reflejan aquellas de CriptoNoticias.
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