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Los teléfonos se han convertido en el talón de Aquiles en cuanto al derecho a la privacidad.
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Internet es un campo de batalla entre individuos, compañías y Estados que se enfrentan bit a bit.
Cuando hablo sobre la privacidad en Internet con las personas, la mayoría no considera negativo el hecho de que cada día estamos más expuestos a que otros controlen o vigilen nuestras actividades en la red.
A la mayoría les da igual que las compañías o los gobiernos vigilen sus actividades personales a través de teléfonos, computadoras o cámaras. Ninguno de ellos hace algo malo alguna vez, por lo que sienten que no tienen nada que temer. Suelen pensar que sus conversaciones no son importantes y que, quien sea que esté escuchando o leyendo, se aburrirá tarde o temprano con el intercambio de memes, que representa el 95% de la información compartida entre mis amigos, por ejemplo. Bromeo.
En cualquier caso, pareciera que algo está mal. ¿Estamos en peligro cuando permitimos que nuestros clics terminen en la base de datos de una compañía o de un gobierno? ¿Tiene sentido autoimponernos límites cuando usamos el teléfono solo porque alguien registra nuestra actividad del otro lado?
Insisto, algo está mal desde hace tiempo. En 2008, la Unión Europea presentó la Directiva de Retención de Datos, que exigía a las compañías con más de 10.000 clientes que guardaran los datos de todos sus clientes por un mínimo de 6 meses y un máximo de 2 años.
Unos meses después, en 2009, Malte Spitz, miembro del partido verde alemán, le pidió a Deutsche Telekom, la compañía telefónica alemana, que le diera todos los datos que ellos tenían de él. Se negaron, pero dos demandas más tarde tuvieron que ceder. El CD que contenía sus datos estaba lleno con un Excel de 30.832 líneas, tres veces la extensión de La Guerra y la Paz. Esto era el equivalente a solo 6 meses de registro.
Spitz no sabía realmente cómo interpretar la información que tenía en sus manos, así que le pidió a un amigo programador que interpretara esa información y el resultado fue escalofriante.
La información que tenía Deutsche Telekom podía ser usada entonces para ver cada movimiento de Spitz. Dónde comía, qué calles recorría, cuánto tiempo dormía. De hecho, el político y abogado hizo un mapa que recrea esto. Irónicamente, el video del seguimiento que le hicieron a Spitz está en YouTube.
La Directiva de Retención de Datos fue anulada en 2014, al parecer la falta de claridad y de límites sobre cómo serían usados esos datos era ligeramente ilegal. Pero todos sabemos que eso no ha sido un obstáculo para que Facebook, Google, Amazon, la NSA y muchos otros sigan guardando datos sobre el uso que cada quien hace de la información en Internet… y sus vidas personales.
Google y los Estados están hambrientos de datos
En mi entorno, nadie que haya recibido la cronología que hace Google cada año de los lugares que visitaron y los recorridos que hicieron ha sentido algo menos que escalofríos. La gente que diseña estas aplicaciones de seguimiento de Google quizá cree que la mayoría de las personas agradecerán el gesto. Pero es bastante terrorífico cuando una notificación, de pronto, te recuerda cada paso que diste durante ese año, las calles que caminaste, cada región que visitaste y el tiempo que estuviste en esos lugares.
Sí, sabemos que nos vigilan, no tienen por qué restregarnos en la cara que lo saben. Pero, seamos justos, no todos tendrán la suerte de que otro ser humano analice personalmente su información. Esa tarea normalmente quedará en manos de algún algoritmo.
Este es, precisamente, uno de los grandes riesgos de ceder nuestros datos: no sabemos qué clase de nuevos controles pueden surgir como consecuencia de la información que se almacena cada segundo en las gigantescas bases de datos de entidades que están muy sedientas de más poder.
Piénsalo, si tu teléfono o móvil puede transmitir la información del tiempo que ves la pantalla, de los latidos de tu corazón, lo que te gusta y te disgusta, de con quién chateas y con quién te reúnes, solo basta imaginar cómo mil celulares en conjunto pueden proporcionar el mecanismo necesario para que alguien con mucho poder actúe con ventaja sobre un grupo de personas.
El control del Estado y los límites de la privacidad en Internet
El control del Estado y el gobierno en China, por ejemplo, era tan férreo en Hong Kong que los opositores al gobierno que manifestaron en 2019 tuvieron que diseñar estrategias para crear firewalls, por decirlo de alguna manera, que los protegieran del sistema de vigilancia social: inhibidores de señales RFID, que se utilizan por ejemplo en las tarjetas de transporte que guardan información sobre la identidad de sus usuarios, láseres para evitar que la policía grabe y mensajes dentro de aplicaciones como Pokemón Go, AirDrop de Apple, o ProtonMail y StarMail entre otras.
No funcionó siempre. Algún celular se quedaba prendido, alguna cámara hacía reconocimiento facial y un día después ocho personas iban a prisión sin garantías de ningún tipo.
Quizá eso no le suceda a la mayoría de las personas en el resto del mundo. Sin embargo, lo cierto es que el celular no es el único dispositivo que registra tu información. Tu laptop, tu tarjeta de crédito, tu cupón de descuento, tu aplicación para hacer transferencias bancarias, tu wallet custodiada por una compañía, tu exchange de Bitcoin favorito, también pueden registrar tu actividad.
Para una compañía que posea los datos que proporcionan las aplicaciones que se construyen para perpetuar el reinado del dinero, no sería muy difícil saber cuánto dinero ganas, cuáles son tus gustos, si llevas una vida saludable o si tienes pareja. Solo tienen que mirar en el historial de gastos para saber cuándo fuiste a la farmacia y cuándo a un restaurante.
Bitcoin ha sido una barrera más entre los controles de los Estados y la libertad personal
¿Vale la pena realmente que tengamos que sentir desconfianza cada vez que pagamos con la tarjeta o transferimos dinero a un banco, a una aplicación o a un comercio? La respuesta es no. Por esto, no tengo dudas sobre la necesidad de recurrir a métodos de intercambio de valor que no estén controlados por ninguna entidad estatal, gobierno o compañía.
Bitcoin es un recurso que permite a las personas salvar, al menos, uno de esos muros que quienes detentan el poder han construido para sostenerse en inhumanas alturas. Que el dinero pueda transferirse de persona a persona es, sin duda, un golpe para todo el sistema de vigilancia que pretende ejercer controles en base al conocimiento de las actividades individuales de las personas.
Sin saberlo, quienes hacen intercambios de bitcoin directamente con otra persona, sin usar un exchange u otra moneda emitida por un banco central, están subvirtiendo el orden -y el control- que han impuesto los poderosos sin escrúpulos, los gobernantes.
Creo que parte de todo ese despliegue de medidas legales para empujar a los usuarios de bitcoin a declarar sus posesiones e identificar sus transacciones no responden únicamente a la naturaleza intimidatoria de quienes ejercen los poderes, sino que busca mantener el control de los individuos a través del conocimiento de sus elecciones cotidianas.
Nunca antes los Estados y las compañías habían tenido tantas herramientas para comprender todo lo que se puede hacer con el conocimiento de las decisiones que tomamos día a día. Nunca antes se habían hecho tantos experimentos masivos de manipulación de la opinión pública como ahora.
Recuerden cómo Cambridge Analytica y Facebook parecen haber sido los actores decisivos para controlar la opinión de las personas respecto a las candidaturas presidenciales durante las últimas elecciones en Estados Unidos; y cómo parecen haber inclinado la balanza a favor del Brexit en el Reino Unido en un momento decisivo.
Creo que los grandes desafíos que nos permitirán proteger la privacidad individual, la libertad de elección, están por librarse. Justamente ahora que las herramientas que podrían protegernos de las ambiciones de los políticos o los empresarios están ahí afuera: sí, la criptografía, las criptomonedas como bitcoin y la capacidad de cultivar la reflexión por encima de los impulsos instintivos que despiertan en nosotros las aplicaciones que nos venden una idea de felicidad y bienestar trastocada.
El derecho a la privacidad y el olvido en Internet
No sé si el problema, como dicen algunos especialistas, está en el origen de Internet, que se concibió como algo gratis y las empresas han tenido que usar estas estrategias para ganar dinero. Creo que eso es discutible, porque nada evita que quienes diseñan aplicaciones tengan una ética enfocada en la privacidad, como propuso Ann Cavoukian.
No puede ser que el control al que son sometidos muchos usuarios de Internet -o la manipulación de la opinión- se justifique con el argumento de que quien usa una aplicación «acepta las condiciones y términos de uso», cuando quienes diseñan esas aplicaciones saben muy bien cómo hacer que muchas personas siempre elijan abandonar su derecho a la privacidad para obtener la satisfacción que les venden.
Lo irónico es que muchos no saben que esos permisos de seguimiento y almacenamiento pueden revocarse desde cada página, al menos eso dicen ellos. No me consta que de hecho se cumpla en todos los casos en que se solicita. Tengo razones para dudar.
Pienso que es momento para presionar a las compañías y los gobiernos y exigirles que se cumplan las normas establecidas en el Reglamento Europeo de Protección de Datos que entró en vigor en 2018. Creo que es necesario que se instruya y divulgue información sobre cómo las compañías te persuaden a aceptar las condiciones de uso y burlan la normativa sobre el «Consentimiento Informado», que es la única razón por la que cada vez que entras a una página o contratas un servicio tienes que aceptar contratos que deliberadamente son ambiguos.
Es momento de que podamos ejercer el derecho al olvido, no solo como una manera de desindexar información de Internet sino como el derecho a borrar de las bases de datos de terceros aquella información que no queremos que conserven.
¿En qué momento permitimos que otros se apropiaran de nuestra intimidad y nuestra imagen? ¿Cuándo permitimos que nos quitaran el derecho a tener secretos y libertad para decidir?
Quizá esta atención que ha cobrado la criptografía gracias al boom de bitcoin, el protagonismo de la privacidad individual como medio para defender nuestras libertades, sea el primer paso para equilibrar la balanza.
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