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Un individuo, bajo el pseudónimo de Nakamoto, envió un mensaje al mundo y justo después todo cambió.
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Los mineros de criptomonedas lucharon contra el virus compartiendo la potencia de cálculo.
El ecosistema cripto era una subcultura en un mundo que hacía esfuerzos por sostenerse, asediado por la pandemia que avanzaba con nuevos casos de contagio, terrible, letal, incontenible. Era el virus más mortal de la historia y ya había consumido a la mitad de la población mundial.
La cremación era la norma en todos los rincones para deshacerse de la inmensa cantidad de cuerpos que habían desbordado la capacidad de los cementerios, funerarias y fabricantes de ataúdes para mantener el ritmo de la ardua tarea de enterrar a los muertos. Al mismo tiempo, la prohibición de reuniones públicas, que incluía funerales y velorios, agravaba el dolor de muchas familias afligidas que no podían llorar adecuadamente la pérdida de sus seres queridos.
Alecia Weis, epidemióloga, líder de una pequeña comunidad científica que trabajaba en una vacuna desde la aparición del brote, emitió un mensaje esperanzador que rápidamente recorrió al mundo. «Creemos que hemos encontrado la cura, la tenemos en nuestras manos, pero debemos avanzar con nuestras investigaciones y pruebas», había dicho.
Hasta ese momento, el trabajo del equipo a cargo de Weis era financiado por la Organización de las Naciones. Sin embargo, los científicos habían sucumbido a la presión ejercida por el organismo sobre ellos, toda vez que los fondos necesarios para avanzar en los estudios, solo serían aprobados a cambio de que los créditos de la investigación, su avance y derechos de distribución en masa, fueran cedidos a la organización para beneficiar solo a sus países miembros.
En su mensaje al mundo, Weis había incluido documentos que demostraban que la razón por la cual el virus se había propagado a ritmo tan acelerado, era porque en lugar de alertar sobre el peligro que corría la humanidad, la Organización de las Naciones prefirió guardar silencio.
Las pruebas presentadas por la epidemióloga dejaron en evidencia que los gobiernos del mundo habían preferido resguardar la producción de sus naciones, y no exponerla, pese al riesgo. Sabían que cualquier medida necesaria impactaría en la producción mundial y por lo tanto, haría estragos en la economía. Cuando les tocó decidir a quién salvar, se inclinaron por la economía de los países, y la consecuencia era clara, lo que quedaba era dolor y desolación.
La reacción de la población a los anuncios de Weis fue agresiva e inmediata. Durante los días que siguieron no hubo quien no dejara ver su opinión en las redes sociales. Las pruebas fueron tan contundentes que los gobiernos respondieron con más silencio. Habían quedado expuestos ante el mundo. Eran responsables de la desaparición de familias enteras, de que todo sobreviviente exhalara miedo e inhalara angustia. Habían dejado claro que no cumplían con su función principal de llevar a cabo una política pública en resguardo de la población. Por el contrario, su prioridad era defender sus intereses económicos a toda costa.
La rabia, el dolor y la desolación, atacaron la psiquis de las personas. Junto con el virus, agravaron la pandemia. Mientras, más personas morían a diario, los gobiernos comenzaron a salir de su letargo, pero ya para entonces las poblaciones estaban demasiado aturdidas ante tanta adversidad. Hubo pronunciamientos públicos por parte de las autoridades gubernamentales, pero no quien las escuchara.
Los ciudadanos se refugiaron aún más en sus hogares. Las calles quedaron vacías. Existían autoridades, pero no a quién gobernar. Para complicar más el panorama, las economías habían quedado en ruinas. Ya nada parecía tener sentido. La población parecía resignada, lo que venía era el fin de la humanidad. El mundo real parecía una adaptación de una novela apocalíptica de Stephen King.
Cuando las circunstancias se presentaron más pesimistas y adquirían formas inimaginables, en lo que parecía ser una conspiración del destino para acabar con la existencia humana; cuando la pandemia creyó que había triunfado, se produjo un chasquido del ecosistema cripto.
Un individuo, bajo el pseudónimo de Satoshi Nakamoto lanzó un nuevo mensaje al mundo. Este, a diferencia de los pronunciamientos gubernamentales, sí fue escuchado: «he creado un fondo en bitcoin que entregué a la doctora Alecia Weis, en el cual deposité el 50% de lo que su equipo de científicos requiere para avanzar con las pruebas que nos demostrarán si su cura para la pandemia es efectiva. La cuenta ya está en poder de la epidemióloga e invito, a todo el que pueda, a que realice un aporte para avanzar en la ruta que nos llevará a superar esta crisis», dijo.
Cuando el mundo cambió
Los mensajes sombríos que se difundían por las redes sociales como contaminados por el virus, comenzaron a mutar para transformarse en coloridas dosis de sanación. Llegaron más depósitos en bitcoin para financiar la investigación en pro de la cura.
Los mineros de criptomonedas prestaron su potencia informática con el objetivo de combatir el virus, pues, el equipo científico necesitaba tener una gran cantidad de computadoras conectadas a su servidor para procesar las simulaciones y calcular posibles resultados.
El ecosistema cripto manifestó su respaldo para combatir la pandemia, y pronto se convirtió en sinónimo de esperanza. De todos los rincones del mundo surgieron líderes que guiaron a otros a conocer el mundo de las criptomonedas. La población más vulnerable fue apadrinada. No hubo quien quisiera aprovecharse de otros, solo se respiraba solidaridad, respeto, unión.
A la doctora Weis le tomó poco tiempo volver a hacer un nuevo anuncio que llenó al planeta de regocijo. La cura había superado con éxito la etapa de pruebas y ya se producía en masa. La pandemia tenía su sentencia de muerte decretada.
Mientras ello ocurría, la adopción de bitcoin avanzaba a pasos agigantados. Ya era una fuerza indetenible, tanto así que los bancos centrales comenzaron a notar que de no abordar ese tren, definitivamente debían desaparecer, por lo que anunciaron su proceso de transformación.
Murieron las grandes instituciones bancarias y con los neobancos se reinventó la banca, dando paso a una generación de dApps fortalecidas que comenzaron a respaldar nuevos negocios. Nacieron gestores patrimoniales de las familias que requerían impulso para superar la crisis. También, las finanzas descentralizadas (DeFi), impusieron su propio ritmo y ofrecieron grandes soluciones de servicios financieros para el planeta.
Hasta entonces, la población mundial que había sobrevivido a la pandemia, se mantenía en cuarentena, mientras progresaba la distribución de las vacunas.
El planeta entero se había convertido en una universidad virtual. Todos, obligados al distanciamiento social por la pandemia, querían conocer cada detalle sobre el ecosistema cripto. En los hogares las plataformas de entretenimiento o las consolas de videojuegos ya no acaparaban la atención. Los videos de YouTube, tutoriales, entrevistas y demás, junto con todo contenido educativo relacionado con el ecosistema de las criptomonedas, era devorado por todas las familias. Así, fue como los ciudadanos comprendieron lo que era una Organización Autónoma Descentralizada (DAO).
Las comunidades alrededor del mundo alcanzaron tal nivel de organización, que pronto se establecieron puntos estratégicos en los que se ponía a prueba una DAO, para establecer una estructura que les permitiera fomentar la transparencia, eliminar el fraude, mejorar los procesos de decisiones políticas y la asignación de recursos, entre otros elementos de los que debían ocuparse los gobiernos tradicionales.
El concepto tradicional de gobierno y de poder fue quedando en el olvido. Las DAO fueron modelos de gobernanza que primero adoptaron algunos poblados aislados. Luego, las grandes ciudades también comenzaron a implementarlas cuando quedó demostrado su gran poder transformador. Esto, gracias a que a través de las manos de los propios ciudadanos se accionaron reglas preprogramadas y, de forma autónoma, se coordinaron las acciones mediante un protocolo de consenso distribuido.
Así fue como las DAO reactivaron la producción y también asumieron responsabilidades que antes eran competencia de los gobiernos. Lo que no fue resuelto por el nivel de automatización de las DAO, fue delegado a individuos especializados o pequeñas organizaciones que realizaban tareas manuales. Más tarde, surgieron órganos de representación política, también basados en los modelos de las DAO.
Un increíble ritmo sanador comenzó a esparcirse por todos los rincones del planeta, no solo porque la pandemia moría gracias a la vacuna, sino porque la humanidad había decidido profundizar su migración al mundo digital. Había pasado mucho tiempo desde que se supo la noticia del brote del virus que obligó al mundo al confinamiento, lo cual contribuyó a la reducción del índice de contaminación del planeta.
Así que, los humanos, actuaron con responsabilidad y decidieron brindar más protección al medio ambiente. Solo por algunas cosas puntuales podían abandonar el hogar. El trabajo remoto se había propagado en todas partes del mundo.
Las disputas legales comenzaron a resolverse en el Sistema de Justicia Digital, los tribunales descentralizados, basados en la blockchain de Ethereum, comenzaron a cobrar fuerza en el mundo. Gracias a ellos, los mismos usuarios resolvieron conflictos en la red y velaron por el cumplimiento de los contratos, convirtiéndose, también en jueces.
El virus comenzó a ser un mal recuerdo en la mente de los seres humanos, pero todos entendieron que fue un acontecimiento que, aunque dejó mucho dolor a su paso por el mundo, también impulsó un cambio necesario. El mundo que, antes de la pandemia, acostumbraba lanzar críticas al ecosistema cripto y que solía verle con arrogancia, de pronto descubrió que era el aliado que siempre había necesitado en la construcción de un planeta mejor, más solidario y apto para todos. Definitivamente un mundo descentralizado igual para todos.
Descargo de responsabilidad: Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, acontecimientos o hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor o bien se usan en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas (vivas o muertas) o hechos reales es pura coincidencia.